Escribo atónito y entristecido, hojeando los periódicos y escuchando en radio y televisión, mientras la tragedia sacude a Turquía y Siria, un terremoto —ese misterio geológico que de vez en cuando nos recuerda nuestra contingencia— se ha llevado por delante vidas y haciendas, como diría el clásico. En su área de influencia no ha quedado piedra sobre piedra. Y bajo los escombros, miles de vidas pugnando por sobrevivir y miles de cadáveres que llevan la tristeza y la desesperación a familias enteras. Debe de ser muy triste, y las imágenes que recogen las televisiones son harto expresivas, contemplar tu casa derruida, con todos los enseres que conforman una vida bajo escombros, irrecuperables, y sabiendo además que esos escombros aprisionan a miles de tus familiares y amigos que, según pasa el tiempo y las condiciones meteorológicas se acentúan, cada minuto le resta esperanzas de vida.
Es curioso —o desesperante, según se mire— que estos fenómenos de la naturaleza siempre golpean donde más duele: países y lugares alejados del primer mundo que sufren su propia debilidad. En este caso, Turquía y Siria, sobre todo Siria, que lleva más de 12 años en una guerra de atrición, sin más objetivo militar que aniquilar al contrario, nadie sabe para qué́. Huyendo de esta guerra insensata, miles de sirios se refugiaron en Turquía y ahora este terremoto les lleva a la muerte o a la desesperación, como rizando el rizo del infortunio.
Miles de muertos, miles de desaparecidos, miles de familias deshechas y miles de voces clamando por una ayuda internacional que, como siempre, llegará tarde y arreglará poco, si es que en algo ayuda, y sembrará de nuevo el desconcierto de los que fueron directamente golpeados por la desdicha y la fatalidad de hallarse en el lugar en que alguna fuerza de la naturaleza ejerce su dominio sin que nadie pudiera preverlo.
Ante tanta desgracia solo cabe invocar la solidaridad internacional, que no se resuelve con una oración, por muy sentida y devota que fuere, sino con acciones decididas como la del chef asturiano José́ Andrés, que, igual que hizo ante tragedias similares, en cuanto se desencadenó el problema, se trasladó́ a Turquía con sus fogones para de comer diariamente a miles de afectados. Solidaridad, ayuda internacional, porque lo que necesitan los turcos y sirios golpeados por el terremoto no son buenas palabras, sino acciones, grandes o pequeñas, que les lleven un poco de asistencia, ya que no de consuelo.
Francisco Trinidad
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Comentarios
A big hug
My solidarity with your person and your people
Estoy contigo y con tu pueblo.
Un beso
Es muy fácil opinar desde la distancia de las guerras y sin sufrirlas en propia carne. Pero mis palabras son sinceras: lo siento mucho Irina, por tí y por todos los que sufren las guerras que todas son injustas e injustificables. Un beso, espero encuentres algo de paz en Holanda.
Un fuerte abrazo y mucho ánimo Irina
Thank you very much, Maylin, another one for you.
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Besos,
Mis felicitaciones para todos y muchas gracias
Congratulations
Enhorabuena a todos.