Cuando las imágenes hablan
¿Tú también te estremeciste con los diálogos y las imágenes de «Paris, Texas»? Entonces sabrás quién es Wim Wenders. Aquí te presentamos su otra pasión menos conocida: la fotografía.
Wim Wenders es el director de joyas fílmicas como El amigo americano (1977), Paris, Texas (1984) o El cielo sobre Berlín (1987). Su manera de explicar historias lo ha convertido en un director de culto, aunque también se ha adentrado en otras disciplinas como la fotografía. El cineasta nació en la ciudad alemana de Düsseldorf en 1945. Desde pequeño le habían apasionado los viajes, pero no fue hasta finales de los años sesenta y con veintiún primaveras que realizó uno de los periplos que cambió su vida: se fue a vivir una temporada a París, siguiendo la estela curiosa del joven Werther, el personaje literario de Johann Wolfgang von Goethe. En París, Wenders se interesó por el cine hasta tal punto que decidió convertirlo en su profesión. Se cuenta que acudía cada día al cine llegando a ver hasta seis películas en una sola jornada. Así, se sumergió en el estudio de este arte tanto en la capital francesa como en su Alemania natal.
Polaroids, las primeras fotografías de Wim Wenders
1. Autoretrato (1975). | 2. Annie Leibovitz, LA (1973) | 3. Valley of the Gods, Utah (1977). | 4. Chicago (1975). | Wim Wenders / London’s Photographers’ Gallery
Su gusto por la fotografía no solo está vinculado al cine, también a sus genes. Su padre, un médico y cirujano alemán, llevaba consigo una cámara de fotos con la que inmortalizó la vida familiar. Wim Wenders hizo lo mismo. Desde que empezó a estudiar cine a finales de los años 60, el director alemán lleva encima una cámara de fotos analógica con la que recorre el mundo. En los setenta, su niña bonita fue una Polaroid con la que inmortalizó momentos de viajes, rodajes, citas con amigos, etcétera. Estas imágenes darían forma, años más tarde, al libro titulado Wim Wenders: Instant Stories (2017), formado por 403 polaroids y 36 historias. Esta obra es un diálogo entre imagen y escritura donde el público no solo puede conocer la historia tras cada captura, también la manera con la que Wim Wenders mira el mundo —o, mejor dicho, su realidad—.
Tanto sus fotografías como su cine tienen un denominador común que los moldea: el viaje. Este siempre está enfocado como metáfora del ser humano, del camino que este sigue hasta llegar a ser un individuo. De ahí que las imágenes del libro Wim Wenders: Instant Stories sean autobiográficas. Un muestrario sobre el viaje externo y físico que recorrió el cineasta, pero también una mirada hacia su interior, hacia sus cambios y crecimiento personal. Conceptos como la nostalgia, la infancia, la madurez y la aventura están presentes en el libro y en las imágenes. Todos ellos podrían formar parte de cualquier periplo personal y espiritual al uso, pero lo curioso de Wenders es la forma en la que los representa. Para él, las polaroids tienen algo especial que va más allá de lo que retratan. Su rasgo distintivo tiene que ver con lo analógico y con cómo concibe este tipo de fotografía.
Wim Wenders es un artista que muestra, pero también remueve las emociones justas para que nos preguntemos sobre el sentido de la vida y la inmensidad del mundo.
En otras palabras y adentrándonos en temas más filosóficos, Wenders afirma que las fotos analógicas y, en concreto, sus polaroids tienen entidad propia. Todas ellas son únicas y frágiles en tanto que existen mientras que el espectador las aprecia teniéndolas en la mano. Eso les da un carácter muy singular y especial que al cineasta le apasiona. Por ello siempre fotografía en analógico, sin edición posterior.
Su pasión por la fotografía tradicional está latente en todas sus instantáneas. Uno de sus trabajos más impactantes es la exposición Wim Wenders Photographs que acogió la Fundación Sorigué en Lleidaen los años 2013 y 2014. En ella, se pudieron ver panorámicas de la Zona Cero de Manhattan tras el 11-S, del accidente nuclear de Fukushima y de otros paisajes. Estas imágenes seguían con el tono atmosférico, melancólico y arrebatador de sus polaroids, pero sumándole un matiz casi post apocalíptico. Una mezcla entre la calma, el silencio y la crudeza después de la tragedia. Pero es que así es Wim Wenders: un artista que muestra, pero también remueve las emociones justas para que nos preguntemos sobre el sentido de la vida y la inmensidad del mundo. El director muestra lo que vio al apretar el obturador, se convierte en un oyente de la historia del paisaje y la explica al capturarla en la fotografía. Algo que, según Wenders, «vinculado a lo analógico destila verdad».
Las instantáneas que dieron forma a Paris, Texas
La fotografía y el viaje que esta implica para Wim Wenders también han sido puntos importantes en su filmografía. Esto no solo se ve reflejado en la línea estética de los fotogramas, sino también en los lugares y escenarios que aparecen. Paris, Texas (1984) podría considerarse uno de los ejemplos más claros de esto. Las imágenes del largometraje cautivan al espectador por sus colores, las escenas que retratan y las emociones que transmiten. ¿Quién no recuerda a Travis (interpretado por Harry Dean Stanton) andando por el desierto de Texas bajo un sol de justicia? Pero veamos de qué manera se relaciona todo esto. Wenders tenía en la mano el guion de la que sería su próxima película y sabía que tenía que estar ambientada en el sur de Estados Unidos. Por este motivo se sumergió en un viaje por Texas, Arizona, Nuevo México y California acompañado únicamente de carretes Kodachrome y una Plaubel Makina 67. El resultado fue una odisea por carreteras secundarias, paisajes del sur profundo de EE. UU. y pueblos pequeños entre los cuales se encontraba, por supuesto, el París de Texas. En ese viaje, Wenders quedó fascinado por los colores y la luz de las tierras sureñas de los Estados Unidos. El cineasta solo había visto ese tipo de imágenes en películas y no pensaba que pudieran ser reales hasta el momento preciso en el que las presenció. Paris, Texas retrata esto, pero también el libro Escrito en el Oeste, publicado en el año 2000 como reedición del material expuesto en el centro Pompidou de París en el año 1986.
De hecho, Wenders añadió quince fotografías que no estaban en esta muestra en la cual aparece, por supuesto, el mítico pueblo que da nombre al film. De esta manera, el cineasta le hizo justicia y la mostró al mundo según su mirada. Cabe recordar que en la cinta el pueblo solo aparece en una fotografía que Travis lleva siempre encima. En el libro, Wenders también explica cómo el proceso creativo de Paris, Texas fue uno de los más apasionantes. Gracias a ese viaje, el cineasta cuenta que conoció la luz real del sur de EE. UU., sus colores y su carácter. Una de las imágenes que más le llamó la atención es la capturada en un viejo hotel de Arizona. La escena muestra la recepción del negocio donde hay un sofá, una máquina de Coca-Cola y un cuadro. Wim Wenders cuenta que quedó fascinado con ese cuadro y pensó que con un plano igual daría inicio a Paris, Texas. Lounge Painting 1 es el nombre de la famosa foto. Por eso no es de extrañar que la paleta de colores de esta película y su fotografía sean una de las más analizadas y estudiadas del cine contemporáneo. Paris, Texas no es solo un canto al amor imposible, al que lleva a la locura. También es una oda a la luz, a la oscuridad y a la vida que hay tras los paisajes del sur de EE. UU.
Comentarios
Very interesting
Recurdo la grata impresión que recibí cuando vi la primera vez Paris-Texas
Muy interesante
Very good